miércoles, 20 de mayo de 2009

EL PINTOR



(A mi padre)

Se internó en los misterios de la vida
y hundió en un rojo intenso su pincel.

La mano trabajó con soltura los trazos,
divagó unos instantes
y el lienzo se inundó de su sangre
en un goteo inexorable
que confundió en sus venas un color
que nacía y moría al mismo tiempo.

Era la tarde navegando constante,
dibujando ella misma
sus figuras de sombra,
meciéndose a la hora en que nada se altera,
mimetizando sus matices reales
hasta ser parte sin premeditación
de esa pintura que comienza a crearse.

Él ve sus sueños más secretos
quedar sobre la tela,
se solaza en silencio, confundido,
luego ahoga el pincel
en el líquido espeso
que en un frasco se ha teñido de rojo.

No le interesa la época del año,
da lo mismo si es Enero o Abril,
si afuera en el parrón
la uva está madura y envejece
o si una hoja extraviada en el aire
pasea su ropaje otoñal
dibujando un adiós invisible
que sube sin remedio.

El tiempo ya no existe para él,
es algo tan efímero
que sólo ha de quedar en la pintura.
Nadie lo apura, y es feliz.

Mientras la tarde continúa dejando
su eco dorado en la silueta de los cerros,
el hombre se sonríe,
recoge otro pincel,
mezcla azul con un poco de blanco,
y se apresta a crear esta vez
un pedazo de cielo.

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